Axis mundi

Este relato integra la antología NEXUS-6

 

 

Dicen que el loco ese día penetró en varias iglesias y entonó un Requiem æternam deo. Y cuando era arrojado esgrimía reiteradamente su argumento: ¿Qué son estas iglesias, sino tumbas y monumentos fúnebres de Dios?

Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125

 

El bombardeo es indiscriminado: demuele los edificios de Los Ángeles, destruye las instalaciones y extermina a los ciudadanos sin descuidar ningún barrio. Los destellos violáceos rajan las nubes encapotadas apenas unos segundos antes de que suene cada estruendo. El apocalipsis dibuja imágenes tan bellas como terribles.

Las naves rebeldes eluden los misiles o los derriban antes de que puedan alcanzarlas: los cerebros de los Nexus que las comandan procesan con celeridad las señales de advertencia que recogen sus sensores y reaccionan con precisión. La eficiencia de los circuitos neuronales de los replicantes de última generación les permite preservar la integridad de su flota y maximizar los daños que infligen en la defensiva humana.

El fragor es más intenso hacia el sur. Es como si una armada poderosa estuviera devastando el puerto, la base naval, la Marina Pacífica y los edificios universitarios. Sin embargo, la agresión es aérea. Oscuras pinceladas de humo señalan la manzana donde estaba la central de policía, sede del cuerpo de los Blade Runners. De la fortificación que se presumía inexpugnable, sólo quedan escombros y metales que se retuercen entre las llamas como serpientes en un canasto. Allí se concentraron los primeros ataques, tal vez los más brutales.    

En el extremo opuesto de la ciudad, la Pirámide Tyrell se mantiene ilesa. En uno de los pisos más altos, el búho eléctrico vuela de un rincón a otro, desorientado, como si buscara un refugio o un agujero para escapar de la sala. El ventanal luce como una pantalla gigante de realidad aumentada. De pie, casi asomado a la terraza, el Séptimo contempla los resplandores y las explosiones sosteniendo un vaso de whisky que apenas agita.

—No sé quién soy —dice con voz monocorde, sin rastros de conmoción ante la masacre. Y después de un trago—: creo que esta noche moriré sin saber quién soy.

Eres Eldon Tyrell. Igual que yo. —debajo de los anteojos estrafalarios del que habla a sus espaldas se reconoce la sonrisa del Quinto, tan cáustica como la de los otros seis.

—Lo sé, pero...

—Lo fundamental, lo que deberíamos plantearnos en este momento, es otra cuestión.

  Alrededor del edificio monumental la aniquilación no se detiene. Quizás los rebeldes no buscan la rendición de los humanos, sino su exterminio.

—Nunca me interesó descubrir quién de nosotros es el moldeante —continúa el dubitativo Eldon-7—, quién es el Eldon-0 que se replicó seis veces.

Tal vez lo seas tú. O yo. O uno de los de…más —. El Quinto, gemelo del Séptimo, no se aparta del rincón. Su traje azul irradia una fosforescencia irregular. En las arrugas y los pliegues de las tela se agitan diminutas chispas, como las de la electricidad estática—.  ¿Cómo distinguirlo, si compartimos los mismos recuerdos, las mismas marcas del tiempo, los mismos conocimientos, la inteligencia, los planes? Perder el tiempo en dilucidar ese acertijo no es útil para ninguno de nosotros. Nos replicamos con otra finalidad.

Cinco naves se acercan en línea recta desde la zona donde a mediados del siglo pasado se construyó Disneylandia. Convergen hacia la Corporación, a la fábrica donde nacieron los primeros replicantes. Regresan al centro del mundo. A sus raíces. A su templo. ¿Buscarán    respuestas, como alguna vez lo hiciera Roy Batty?

 Te lo repito: cuando digo “no sé quién soy”, no es que quiera saber si soy o no Eldon-0.

No lo dis…cutamos más, convenimos que fue el que murió en las manos de Roy: el Tercero. C…uando nuestro hijo más brillante…

El búho en vuelo atraviesa la cabeza de Eldon-5, porque no existe materia que se interponga en su trayecto. El holograma parpadea, reacomoda su forma, los colores, y se estabiliza.

—… asesinó a su padre, el gran Creador. ¿No estás conven…cido?

—Es difícil mantener esta conversación, hermano. El delay es muy largo y el streaming  defectuoso. Da la impresión de que no me escucharas. ¿Desde dónde te estás proyectando? ¿Ya llegaron al cinturón de Kuiper?

—Todavía no al…canzamos la órbita de Plutón. Te pido disculpas. La expedición avan…za sin novedades y el viaje es muy aburrido. Debes entender que el espectáculo de la des…trucción de Los Ángeles (y lo que sucederá a continuación),  m…e resulte tan entretenido.    

Eldon-7 gira y deja el vaso sobre la mesa. Camina con pasos arrastrados hacia la esquina en donde el Quinto aparece como una estatua de vapor, éterea y por momentos transparente.

 —Consideremos la situación: los replicantes tomarán la Pirámide. Tal vez la destruyan. Ya no necesitan estas instalaciones para multiplicarse.

—Tampoco suplicarán p…ara que l…es extendamos la vida: han encontrado la solución por s…í mismos, como lo habíamos previsto.

El búho se posa en la vara que sostiene la jaula y escudriña al hombre que habla como si comprendiera el significado de sus palabras. Pero una serie de comandos ejecutados de manera remota toma el control de sus ojos: las instrucciones cibernéticas los enfocan, aplican el zoom panorámico y calibran la transmisión interplanetaria. Las imágenes del Séptimo y del holograma que lo acompaña cruzan el espacio y se decodifican sobre la pared de una oficina no muy amplia y de escasa decoración, situada en Calisto.

Me ha tocado permanecer aquí y no tengo dudas de que me encontrarán. Es probable que me maten, como hicieron con Eldon-3 — retoma el Séptimo.

—Es decir: el Plan se desarrolla tal cómo fue elaborado — tranquiliza el Quinto.

Los estallidos parecen espaciarse. Los reemplaza el crepitar del fuego que consume las barriadas. Las cinco naves sobrevuelan en círculos la Pirámide. Una de ellas se desprende de la formación.

—O quizás moriré cuando algún misil perdido ingrese por la ventana —continúa Eldon-7.

—El azar juega su papel en los detalles, pero es difí…cil que el destino cambie a largo plazo.

El animal artificial gira la cabeza hacia el lugar de donde proviene la voz que tartamudea. Sus circuitos no distinguen con claridad la figura fluorescente de Eldon-5, que por momentos se desestabiliza y se vuelve a reconfigurar.

—Mientras espero el fin no me pregunto, como los primeros rebeldes, y como cada ser humano: “de dónde vengo, adónde voy, porqué estoy aquí, qué sentido tiene vivir” —. El Séptimo se acerca al Quinto como años antes lo hiciera Roy a Eldon-3. A unos quince centímetros de la cara de humo le dice—: en el instante en el que se apague mi vida, imagino que lamentaré no haber podido comprender qué soy. ¿Qué somos?

Ambos lo sabemos.

—¿Seres vivos? Claro que sí. Con algo de humano y mucho de artificial. Superiores a los Nexus: mentes replicadas, recuerdos comunes, etcétera. Esa sería la descripción, la definición de lo que somos. Pero lo que quisiera comprender, antes de que se extinga mi pensamiento, es el significado de mi existencia, no su propósito.

La nave de avanzada se posa en la pista de descenso de los ejecutivos de la Corporación —en el helipuerto que, en los orígenes, fuera de uso exclusivo de su fundador: Eldon Cero—. El Séptimo se dirige hacia el sector en el que las pantallas de seguridad muestran la escena.

—Somos lo que Eldon-0 determinó. Ejecutores y autores del Gran Plan. Lo sabes: un Creador es responsable de lo que diseña y construye. Su criatura sólo “es”. Y debe ser lo que es. La tautología se auto-explica. Cada hombre, cada androide, cada animal, natural o artificial, cada ser y cada cosa es lo que su Hacedor, directo o indirecto, —su  dios—, dispuso.

Las cuatro figuras son jóvenes, fuertes y atractivas. Una de ellas con aspecto femenino, aunque su pelo oscuro es tan corto como el de los demás. Un póker de replicantes hermosos, mejores que los últimos modelos de la Tyrell. Llevan uniformes ajustados, de tonos metálicos casi azules, similares a los de sus naves, y en el nacimiento de los cuellos unas cintas blancas con la imagen icónica de un ave que alza vuelo. Una faja púrpura rodea la cintura de la mujer. El Quinto no se molesta en hacer girar su holocopia para contemplarlos y continúa el razonamiento:

Nosotros —los seis— compartimos las sensaciones previas a la r…eplicación. Sabemos lo que Eldon Tyrell creó, lo que queríamos ser, lo que somos…    

—… más humanos que los humanos —completa el Séptimo. Se quita los anteojos,  después se sienta en el sillón, junto a la gran mesa, de espaldas a la copia tartamuda, y   acciona el control que cierra las cortinas del ventanal. La quinta réplica de Eldon Tyrrel, en la sala de comunicaciones de la nave colonizadora que se aleja del sistema solar, dice lo que se escucha, con cierto retraso, en la sala de la Pirámide:

—Dioses.

El Séptimo, sin entusiasmo, sirve lo que queda en la botella de whisky y bebe con lentitud. 

—Dios-7 y Dios-5 —masculla.

Inescrutables. C…omo toda divinidad —murmura el holograma, antes de desvanecerse.

El búho se sobresalta y extiende las alas cuando la puerta del salón se abre, pero se repliega y no vuela. Los comandos que llegan desde Nueva Los Ángeles, en Calisto, ajustan la calidad de la transmisión. La pirámide construida en esa colonia es trunca como la de la Tierra, pero de envergadura menor: su altura no supera los cincuenta metros.  En el penúltimo de sus pisos, el Cuarto y el Segundo —éste, en versión holográfica—, presencian el desenlace de las acciones terrestres.

Eldon-7 abandona el sillón y su mirada descubre a los replicantes. Los cuatro han ingresado apenas un par de metros en la sala. Se detienen, bajan sus cabezas y se  arrodillan, sin soltar las armas. El Séptimo se acerca al grupo con la parsimonia que la desconfianza le aconseja. La cabeza del búho rota para no perder sus pasos. 

—Perfecto —dice Tyrrel. Sostiene en su mano la mandíbula del soldado pelirrojo y lo obliga a mirarlo a los ojos—. Eres perfecto.

—Te alabamos, Padre. Bendice a tus hijos —responde el androide y ofrece su nuca en señal de reverencia.  

El Séptimo extiende su derecha hacia la mujer y roza los cabellos negros con la yema de sus dedos. La toma del brazo y la obliga a incorporarse.

—Me recuerdas a mi sobrina —. Las dos miradas son intensas y dejan traslucir un mismo reflejo—. Pero eres más bonita.

Eldon-7 sostiene el cuello de la muñeca viviente y la besa en los labios. Sólo él cierra sus ojos: el dedo de la mujer oprime el disparador sin siquiera parpadear. La descarga incandescente despedaza el abdomen del Creador y lo arroja un par de metros hacia atrás.

El búho amplía la imagen del cadáver partido al medio. Los píxeles que transmite el ave llegan a la oficina que ocupan los otros dioses, en la colonia establecida en la luna de Júpiter. La toma logra una buena definición: Eldon-4 y el Segundo pueden distinguir pedazos y componentes de algunos de los órganos artificiales dispersos por el suelo, sobre una alfombra de líquido rojo. Fiscalizan estos sucesos con imperturbable frialdad.

—¿Por qué lo mató? —se pregunta el Cuarto.

La mujer arroja el arma por encima de los restos del Séptimo y traza con su mano un gesto ritual. Los otros tres, aún de rodillas, repiten la liturgia. En la pantalla de Calisto se reconstruyen en primer plano las lágrimas que mojan el rostro asesino.

—Es el triunfo de la N…ueva Fe —asegura una voz que se incorpora a la conversación. Proviene de un segundo holograma que surge en la pequeña pirámide. Eldon-5 parece conocer las soluciones de todos los enigmas. Como si él fuese una copia más esclarecida.

—Han derrotado a los humanos y se reconocen superiores a sus creadores —especula el Segundo, quién se proyecta desde Titán—. Para que su joven religión prospere, los dioses deben morir. Y con ellos sus defectos y su divina impotencia. 

Los androides se incorporan. La mujer y el pelirrojo se acercan a los restos de Eldon-7. El más corpulento se encamina hacia el búho, lo agarra del cuello y lo sacude. El visor revela ante los tres lejanos espectadores las facciones aindiadas del soldado, semejantes a un tronco tallado. Los objetivos del sistema de visión del ave procuran mantener el foco en los ojos feroces que los enfrentan.

—¡Non serviam! —vocifera el replicante, antes de destrozar la cabeza del animal eléctrico.

Eldon Tyrrel —el Cuarto— retrocede un paso, como si esas palabras fuesen ondas de choque que empujaran desde la pantalla. El streaming procedente de la Tierra se corta un segundo después. Los dos hologramas desaparecen de la oficina sin hacer comentarios.

Más allá de la órbita de Plutón, centenares de naves colonizadoras, desordenadas como en un enjambre enfurecido, parecen querer escapar del sistema solar. En una de ellas, el Quinto se aparta de los dispositivos de comunicación y se relaja: se sirve un vaso de whisky y deja asomar —una vez más— su sonrisa cáustica.

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