Los ojos de Bette Davis

     


Me levanto temprano, mi mujer se queda un rato más entre las sábanas. Sé que despertó cuando pasé por el baño. Hace milenios que repetimos la escena dominguera: ella gira y se cubre la cabeza. No intenté acercarme, nuestros cuerpos quedaron sepultados en alguna descuidada glaciación matrimonial.

En la galería, me cebo el último mate lavado cuando suena la ducha. Está por empezar la misa y ella es puntual en la iglesia. Volverá con pan y facturas para la tarde, y pasará por la verdulería. Comprará rúcula para prepararla con parmesano, como a mi me gusta (el amor, con las décadas, se resigna en fórmulas simples).

 A las once reanudo el ritual. Limpio las cenizas que quedaron del domingo pasado. Abollo varias hojas de diarios viejos y las coloco debajo de la parrilla. Arriba, el carbón. Con este método el fuego enciende rápido. Las llamas ganan autonomía. Me lavo las manos y busco música.

 —Mis caricias sólo sirven para sintonizar la radio —le digo al perro mientras giro el dial y le guiño un ojo. Un hilo de baba cae de su hocico. La ceremonia reserva buenos bocados para él.

 Saco la carne de la heladera. Hay lomo, especial para la mujer de mi hijo. Lo prefiere seco, bien cocido. La del segundo es vegetariana, para ella asaré morrones. Suena una canción de amor.

 Separo los chorizos. Los lavo. ¡”Esta” canción!

 Corto la morcilla en rodajas, le doy una al perro impaciente y me como otra. Es un tema de los ochenta. Salo la carne. Her hair is Harlow gold, her lips are sweet surprise. Del ochenta y uno, cuando hice el servicio militar. Este pedazo, mejor desgrasarlo. En la escuela para suboficiales del ejército. Estaba de moda, era la época de la música disco.

Estoy solo con el asado. También lo estaba en Buenos Aires. Sin amigos. Cuando nos dejan salir del cuartel no puedo volver al pueblo, me quedo en la casa de mi tía, en Quilmes. Her hands are never cold.

 Preparo un Cinzano. A Godoy lo espera su novia. El lunes me contará que fueron al hotel y lo hicieron dos veces. Lo envidio. Se casará cuando le toque la baja, está enamorado. Yo también: de Kim Carnes. La vi por televisión, es rubia y canta con voz gastada. Su pelo es de oro, sus labios una dulce sorpresa.

 Me animé y vine al boliche, este sábado. Mi cabeza rapada es bochornosa entre tantos pibes con peinados modernos. No conozco a nadie. Kim me susurra: She'll turn the music on you, you won't have to think twice.

 Limpio la parrilla. Saco las brasas y las ubico en el rincón. Pero esta chica aceptó bailar conmigo. Agrego carbón. Su mano es suave. Es tibia y delicada. Le digo que no sé bailar. Ella sonríe. Suena más alto: Sus manos nunca están frías, ella tiene los ojos azules. Me acerco más para poder hablarle.

 —No soy de acá —le digo.

 Las luces giran. Ella vuelve a reir. La tomo de la cintura y me sorprendo, es tan liviana. Recuerdo la vez que alcé un pichón caído del nido. Es así de frágil.

 She'll tease you. She'll unease you. Just to please you.

 Los ojos azules me hipnotizan. She´s got Bette Davis eyes.

 ¿Se esfumará cuando suene el último acorde? ¿Qué debo hacer para no perderla? La cobijaré en una caja de zapatos hasta que pueda volar. La amaré por el resto de mi vida.

 Te dejará expuesto cuando te hunda, ella te conoce. Tiene los ojos de Bette Davis.

 Suena el timbre. El asado está en marcha. El locutor anuncia que continuará el buen tiempo. Auspicia este programa Repuestos Coco.

 —Apurá el fuego —dice mi mujer—: ¡Llegaron los chicos!






Relato finalista del 26° Certamen  Literario del Rotary Club La Falda - Septiembre 2018.


Publicado en "Los ensueños de los dioses numerados" - 2019








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