13 ene 2021

#36 del Catálogo Permanente de Artistas #CohenArtSantaFe.

El 6 de diciembre de 2020 me incluyeron en el catálogo COHEN de artistas santafesinos. Me tocó el número 36.

 

Para ellos escribí lo que sigue: 


RICARDO E. PLANK: ¿ESCRITOR?

Trataré de responder. Primero, algunos datos biográficos para contextualizar. Me dicen que nací en Santa Fe en 1959: yo no recuerdo ese hecho, pero me han dado una fotocopia de un acta que le daría validez a la afirmación. Mis raíces me sitúan en Laguna Paiva, dónde transcurrió mi primera infancia. Allí disfruté de mis abuelos, tíos, tíos-abuelos, primos, primos segundos, primos-tíos e innumerables amigos. Mudados mis padres a Santa Fe, tuve que enfrentar una etapa muy difícil: ir a la escuela y disputar el territorio del hogar con dos hermanas y un hermano. Antes de que la Patria me convocase por más de un año para trabajar de soldado, soñé con conocer el mundo, enamorarme, ser un científico, entender los universo y las razones por las que vivimos, llenar mi casa de libros y comprarme una cámara fotográfica réflex. 

Para ganarme la vida me recibí de Técnico Mecánico Electricista, primero, y de Analista Universitario de Sistemas, después. Así fue que desde 1982 ejerzo la profesión informática, la que me permitió ser jefe de centros de cómputos de empresas privadas y en el ámbito público. Combatiendo virus, trajinando sistemas operativos, aprendiendo lenguajes de programación, modelando sistemas y desarrollando aplicaciones, fui reconocido como "el chico de la computadora” (y en estos últimos años soy todo un Profesional Principal en el Centro Científico Tecnológico del Conicet de Santa Fe).

Con el paso del tiempo, muchas de mis aspiraciones se cumplieron: me enamoré y me casé con mi única esposa, tengo tres hijos varones, dos nietes, un gato, una bici, una Nikon, mil ochocientos veintitrés libros, una notebook y un tallercito en el fondo de mi casa con pinzas, tenazas, martillo, cables y un calibre. Nadé en el Nilo, entré en una pirámide y en el Cabildo, conocí La Habana, Cuzco, Berlín, París, Desvío Arijón, Moscú, Londres en Catamarca, Helsinki, Mattersburg, Estambul y Nueva York, recorrí buena parte de la ruta 40 y presencié la final de la Copa Sudamericana en Asunción, en noviembre de 2019. En resumen, pisé como treinta países distintos. Planté árboles y muchas aromáticas. Etcétera.

Aporto ahora una breve biografía, según datos que extraje de la Wikipedia —más adelante se entenderá el motivo—: Richard Johannes Ernst von Planken (1442-?) fue un destacado astrólogo, alquimista, polígrafo, teólogo y cocinero. Nació en Dunkelsdorf, una pequeña comarca que por entonces alternaba su pertenencia entre el Reino de Dinamarca y el Sacro Imperio Romano Germánico. Fundó una sociedad secreta de la que nunca develó su nombre, alcances, objetivos, intereses e integrantes. Antes de desaparecer de Europa, compiló sus conocimientos en el misterioso “Ómnibum”, un incunable que, entre otros arcanos, revelaba las técnicas prohibidas de la levitación, la clonación de animales, los viajes espacio-temporales a través de la séptima dimensión y la preparación del caramelo de leche hervida, conocido en la Argentina como “dulce de leche”. En 1490 la Inquisición Romana incluyó este grimorio en el Index librorum prohibitorum y condenó a von Planken a perecer en la hoguera. Los escasos ejemplares de ese libro fueron carbonizados por el Santo Oficio, pero el monje prusiano-danés nunca pudo ser apresado para concretar su ejecución. Algunos historiadores especulan que se embarcó como marinero de La Pinta y que abandonó la tripulación una vez llegado a Las Indias, en la primera expedición de Cristóbal Colón.

En 1970, mi tío Chacho Díaz me comentó la existencia de un libro de ese mismo nombre (Ómnibum) en la Biblioteca Alberdi de Laguna Paiva. No valoré la importancia de esa revelación, pues para ese entonces mis intereses culturales señalaban hacia el Patoruzito, Tarzán, Robinson Crusoe y Tom Sawyer, despreciando los conocimientos ocultos tanto como al análisis sintáctico de oraciones y la suma de fracciones. Además, mi tío tenía fama de bolacero.

Cuarenta y cinco años después, concurrí por primera vez a un taller literario, el “Quo Vadis?”, dónde la sabiduría del Maestro Rojo (Nicolás) cautivó mi intelecto. Si bien ya contaba con algunos antecedentes en la elaboración de narraciones —la seño Emilia incluyó tres párrafos de mi composición “La casita de Tucumán” en la Gaceta de la Escuela Drago, cuando yo cursaba el tercer grado—, el Maestro consiguió despertar en mí una vocación que permanecía oculta: la gramática. Sus enseñanzas me ayudaron a valorar la concordancia entre el sujeto y el predicado, a apreciar la riqueza del lenguaje, a conjugar los verbos en el tiempo adecuado al relato, a admirar aún más a Borges, Cortázar, Sábato, Fontanarrosa y Dolina, e incluso a redactar algunas ficciones de mi propia invención. No así a comprender las poesías modernas. 

Como es habitual en la trayectoria de muchos escritores, mis primeros relatos fueron autobiográficos y no levantaban vuelo: “Mi vecino el verdulero”, “Mis tíos de Paiva”, “Ojalá se muera el Cabo Primero Galarza”, ”La hermosa amistad entre mi perro y mi gato”. Pero un día salté de etapa y escribí “Llegando”, un cuento que referencia a mi abuelo inmigrante. Para probar suerte lo presenté al certamen “Gastón Gori” y obtuve una mención que festejé como un premio Nobel. Mi amigo Gustavo Farabollini me explicaría, una vez publicado mi primer libro —titulado de igual manera—, sobre la baja calificación que merece en el paladar literario refinado el uso de los gerundios, los adverbios finalizados en “mente” y los lugares comunes, tachando vehementemente todos los textos que sometí a su valoración. Sin embargo, obtuve otras distinciones y decidí publicar un segundo libro. Pero antes, debía escribirlo.

Enero de 2017, cuando colaboré en los festejos del aniversario de la Estación de Trenes de Laguna Paiva, habría de ser un mes crucial para definir el rumbo de mi carrera narrativa. No sólo porque con motivo de esas actividades descubrí los documentos que vinculan a Jorge Luis Borges con mi bisabuelo Bruno Baranosky, en la visita del joven escritor al pueblo que conducía mi ancestro, datada en 1938 —hechos que relato en mi informe “Boleto con infinito”—, sino porque después de una de las reuniones de la comisión organizativa, encontré el “Ómnibum” de von Planken en la Biblioteca. Por mi ignorancia coetánea, creí que ese hallazgo fue casual. Desde entonces dediqué todo el tiempo que me fue posible a desencriptarlo y traducirlo, estudié varias de las disciplinas compendiadas, practiqué algunas y evité otras. Mucho de ese know-how lo apliqué al desarrollo de mi labor literaria. Las revelaciones divinas, las interrupciones en la continuidad de la realidad que encubren los sinéfteres, el revés de los alephs, las ráfagas de cosmitos, la trampa recursiva de la Fixión, los viajes musicales, y en definitiva, casi todos los temas con los que elaboré “Los ensueños de los dioses numerados” —publicado en 2019—, surgieron desde ese verano.

Debo a las inspiraciones del Maestro Rojo, a las sugerencias de Farabollini, a los conjuros de von Planken, y a la revisión de mi esposa y de muchos amigos, las distinciones que obtuvieron algunos de mis relatos.

Durante la pandemia del 2020 logré levitar 3 centímetros, y además, entreví en el manual que me obsesiona una señal difusa, una secuencia que aún estoy deshilvanando:

¿Será la llave para el pasadizo que tira de cada sinéfter? ¿La refutación de la teoría de cuerdas? ¿El ensamble entre la relatividad y la mecánica cuántica? Pero de allí también surgieron nuevos interrogantes: ¿Cómo llegó el grimorio a la Biblioteca? ¿Dónde se ocultó von Planken? ¿Qué fue de su vida? ¿Es posible que alguna manifestación de su ser aún conviva entre nosotros? ¿Quién es el que susurra argumentos en mis sueños febriles? ¿Es posible clonar —o parasitar— la siquis de un hombre común y convertirlo en escritor? ¿Qué faceta extraña encubre mi genoma? Si Dios 3101959 me concede la inmunidad al COVID-19, y otras bendiciones que le he requerido, en 2021 haré una pausa en este enorme trabajo, y publicaré la primera parte del “Ómnibum”.

 

#36 del Catálogo Permanente de Artistas #CohenArtSantaFe.

El 6 de diciembre de 2020 me incluyeron en el catálogo COHEN de artistas santafesinos. Me tocó el número 36 .   Para ellos escribí lo que s...

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